La piel de los niños no es solo una versión en miniatura de la piel adulta. Es una estructura en desarrollo, más fina, más frágil y menos preparada para enfrentarse a agresiones externas. Esto convierte el manejo de las heridas pediátricas en un verdadero reto clínico y humano.
Durante los últimos años, diversos estudios han puesto el foco en cómo mejorar el tratamiento de las heridas infantiles, no solo desde el punto de vista técnico, sino también considerando el bienestar físico y emocional del menor. En este artículo resumimos algunas claves esenciales extraídas de investigaciones clínicas y experiencias hospitalarias reales.

¿Por qué la piel infantil necesita cuidados especiales?
Desde el nacimiento, la piel infantil presenta diferencias significativas respecto a la de un adulto. Aunque estructuralmente ya están presentes todas las capas cutáneas, estas son más delgadas y tienen menor cohesión entre la epidermis y la dermis, lo que facilita la aparición de ampollas, desgarros o úlceras incluso con agresiones leves (Cipriandi et al., 2022).
Además, la respuesta inmunitaria cutánea en neonatos y lactantes es inmadura. Esto se traduce en una menor capacidad para controlar infecciones, debido tanto a un menor número de células inmunes como a su funcionamiento limitado (Keener, 2000).
Estas particularidades hacen que las heridas en niños, especialmente en los más pequeños, evolucionen de forma distinta a las de los adultos y requieran productos y enfoques adaptados.

Factores de riesgo que complican la curación

Algunos factores específicos aumentan el riesgo de que una herida se complique o cronifique en población pediátrica. Entre los más destacados están:
- La presión prolongada, especialmente en pacientes inmovilizados o con dispositivos médicos, que puede causar úlceras, muchas veces en zonas como el occipucio o las orejas (Gefen et al., 2020).
- Las intervenciones quirúrgicas mayores, como las esternotomías en cirugía cardíaca, en las que las infecciones de la herida pueden poner en riesgo la vida del paciente (Suddaby et al., 2005).
- La desnutrición, alteraciones neurológicas o situaciones de dependencia completa, que dificultan la movilidad y el cuidado cutáneo adecuado (Leonard et al., 2020).
Consideraciones prácticas para un cuidado más eficaz
Los expertos coinciden en que un tratamiento eficaz de las heridas en niños no puede limitarse a la aplicación de apósitos. Debe contemplar aspectos prácticos y emocionales que marcan la diferencia en la recuperación del menor:
- Reducir el dolor durante las curas es esencial. Los cambios frecuentes de apósito pueden ser traumáticos. Por eso, tecnologías como la terapia de presión negativa (NPWT) permiten espaciar los cambios y mejorar la adhesión de injertos, algo especialmente valioso en quemaduras (Ciprandi et al., 2022).
- Evitar el uso de adhesivos agresivos. La piel pediátrica es especialmente vulnerable al arrancar un apósito. Las versiones no adhesivas y de tecnología atraumática (como los apósitos DACC) permiten un manejo más delicado (Kusu-Orkar et al., 2019).
- Atención al entorno de la herida. Mantener en buen estado la piel peri-lesional es tan importante como tratar la herida central. Por ejemplo, en zonas como el área del pañal, donde la humedad puede provocar irritación, el uso de apósitos que repelen bacterias y controlan la acidez ha mostrado buenos resultados.(Dini et al., 2020)
- Equipo multidisciplinar. El tratamiento exitoso de heridas complejas suele requerir la implicación de cirujanos, personal de enfermería pediátrica, microbiólogos y, en ocasiones, psicólogos infantiles (Ciprandi et al., 2022).
Conclusión
Cuidar una herida en un niño es más que aplicar un apósito: es acompañar un proceso de curación en un organismo en desarrollo, con necesidades particulares y una gran sensibilidad física y emocional.
La experiencia clínica acumulada en hospitales como el Bambino Gesù de Roma, donde se han tratado más de 1.200 casos complejos con apósitos de tecnología DACC, demuestra que un enfoque adaptado, respetuoso y basado en evidencia puede acelerar la curación, evitar complicaciones y reducir el sufrimiento del menor (Ciprandi et al., 2022).
Avanzar en este campo implica seguir investigando, compartir buenas prácticas y, sobre todo, no perder de vista que detrás de cada herida hay un niño que necesita sanar con el menor impacto posible.
0 comentarios